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CAPÍTULO X: SHAZALAR

Nueva entrega, esta vez con un capítulo que a Francisco Javier Illán Vivas, escritor que me hizo en su día el inmenso favor de leerse el manuscrito, le recordó a la película “La invasión de los ladrones de cuerpos”. Y como extra, os adjunto el estudio del rostro de Zando que el artista José Manuel Montoro Vílchez hizo para la adaptación al cómic del libro. ¿Tiene el aspecto que os habíais imaginado?


CAPÍTULO X
SHAZALAR


Zando y Dolmur buscaron durante horas a los soldados desaparecidos, aunque dudaban que alguno de ellos hubiese sobrevivido a su encuentro con las demenciales criaturas surgidas de la espesura. Rayos de luna se filtraban a través de las copas de los árboles, delatando tenues girones de niebla en la base de los troncos. Una miríada de murmullos acompañaba su búsqueda. Era como si el bosque, tras los fatídicos acontecimientos acaecidos al atardecer, hubiese despertado al fin de su letargo. Las aves rapaces ululaban sin descanso, el aullido lastimero de un lobo se oía en la distancia, y el reptar de reptiles y pequeños animales los acompañaba de forma furtiva.
Pese a la dificultad que suponía orientarse en la penumbra de la floresta, encontraron a tres de ellos horriblemente mutilados y desfigurados tras horas de ardua búsqueda. En su desesperada huida se habían alejado unos cientos de metros, dispersándose en direcciones opuestas. Sus cuerpos, rotos y desmadejados, presentaban un aspecto lastimoso. Cavaron sus fosas allí mismo, dándoles sepultura en tumbas anónimas.

—Siempre me he interesado por mis hombres —se lamentó Zando a los pies de la última tumba—. Es más fácil entender a la tropa cuando conoces la historia que acompaña sus vidas. Esta ha sido la primera vez que he viajado con completos desconocidos. No traté de indagar en sus circunstancias personales, quizá éste sólo era un pobre diablo que encadenó un error tras otro…
—Trataban de mataros, por el amor de Naelim —interrumpió Dolmur—. Golo escogió a los rufianes más despreciables. Además, no se hubieran abierto a vos. No en la situación actual, al menos.
—Sí, supongo que tienes razón. Descansen en el seno del creador.
—¿Seguimos buscando o volvemos al campamento? El cuerpo de Brilb aún no ha aparecido.
—Será mejor volver. Nos hemos alejado mucho y apenas hay rastro que seguir en la oscuridad. Hemos hecho todo cuanto podíamos. Que Hur se apiade de ese desdichado. En cuanto a nosotros, con suerte, quizás podamos dormir unas horas.
Ninguno de ellos dijo nada más aquella noche.

La mañana se presentó luminosa y despejada, con profusión de sonidos ambientales. Si la noche parecía haber despertado la vida de aquel extraño paraje, el día se presentó igualmente lleno de vida; el canto de los pájaros, antes escaso y lejano, inundaba ahora la floresta llenando de vida el ambiente. La hierba y el musgo presentaban un aspecto lozano, en clara contraposición a la mustia apariencia y aspecto descompuesto que ofrecían las jornadas previas. Era como si el bosque al fin les diese su beneplácito.
—Parece que hoy tendremos un día favorable —comentó Dolmur desperezándose—. Suponía que me despertarían vuestros gritos. ¿Acaso hoy no habéis tenido pesadillas?
—No es eso. Simplemente no he pegado ojo —respondió Zando alimentando el fuego. Se había incorporado antes que su joven acompañante y preparaba una infusión con la que acompañar una ración de lonchas de cerdo resecas—. Apenas he dado un par de cabezadas —explicó—. Supongo que temía ver aparecer a Brilb dispuesto a tomar venganza. Quizá cuando acabe el día logre dormir algo.
—En cualquier caso, ya no tendréis que preocuparos por vuestra seguridad. Algo me dice que nos hemos ganado el derecho a transitar por estas tierras.
Zando dudaba de aquel extremo. Pese a la creencia de Dolmur en que no tendrían más incidentes, él no estaba tan convencido.
—Explícame cómo dedujiste que debía deponer las armas —preguntó mientras le tendía una taza humeante a Dolmur.
—Veréis —comenzó tomando la infusión y soplando—, tras mi encuentro con vuestro doble, no dejaba de darle vueltas a todo lo ocurrido. Por un lado estaba la aparición del primer engendro. Todos vimos cómo después de terminar con la vida del soldado, desapareció. No nos dedicó ni un fugaz vistazo. Aquella cosa tenía en mente cazar a su presa, y estaba claro que no era para devorarla. Sólo pretendía acabar con su vida, y creo que todos pudimos apreciar un extraño pero indudable brillo de inteligencia en su mirada.
—Coincido contigo en ese punto —dijo Zando cortando un trozo de torta reseca.
—En el segundo asalto, cuando me alejaba, pude apreciar cómo aparecían cuatro nuevas monstruosidades. Antes de desaparecer en el bosque, pude atisbar que os ignoraban a vos. Al principio no entendí el porqué, pero tras mi encuentro con vuestro doble, volví a pensar en ello. Recordad las palabras que pronunció: Has superado la prueba. Esa afirmación infundió en mí la confianza suficiente como para dar la vuelta y decidirme a buscaros. No sabría explicaros cómo o por qué, pero sabía que aquello era cierto, que el bosque no me atacaría después de eso. Si se trataba de probarnos, ¿por qué a mí, de entre todo el grupo, no me había atacado una de aquellas monstruosidades? ¿Qué ocurría conmigo para librarme del trance de tener que luchar por mi vida?
—Bueno, supongo que al no ser un hombre de armas —apuntó Zando—, quizás fueses tanteado de otro modo. Todo esto, claro está, si realmente se trató de una prueba.
—Algo así pensé —continuó—, pero no acababa de verlo claro. Aparentemente, mi vida no corría peligro. ¿Pero cómo podía saber el bosque, o la inteligencia que parece haber tras estos incidentes, que yo merecía vivir y el resto morir? La verdad, no lo entiendo —Dolmur trató de beber, descubriendo que su infusión aún quemaba—. De un modo u otro —prosiguió—, deduje que el bosque nos estaba probando como individuos, no como grupo. Desconocía qué prueba os había deparado el bosque a vos, pero decidí ayudaros. Algo me decía que corríais un grave peligro —Dolmur revolvió en su bolsillo y sacó la pequeña brújula de Zando—. Tomad, ahora que seguimos juntos, ya no la necesitaré —Dolmur miró a Zando a los ojos y, durante un momento, su burlona expresión desapareció, tornándose casi solemne, consciente de que ambos habían mirado cara a cara a la muerte—. Nadie había hecho nada así por mí —dijo entregándole la brújula—. Nunca.
—Es lo menos que podía hacer después de obligarte a acompañarme —Zando restó importancia, llanamente.
—No os falta razón en eso —manifestó Dolmur retomando su sonrisa picarona—. El caso es, que cuando os encontré enfrentándoos con aquel ser, entendí lo que estaba ocurriendo. Vos y vuestros soldados sois hombres de armas y justamente de eso se trataba: os obligaron a pelear. A mí, en cambio, me tentaron con aquello que más deseaba: huir y salvarme, o quedarme y ayudaros a riesgo de mi propia vida.
—Tiene sentido —opinó Zando—. Tuviste que elegir entre salvarte, sin más, o arriesgarte y ayudarme. Nunca te hubiese creído capaz de dar la cara por mí. Según veo, hay algo de nobleza en ti. Tu gesto te honra.
—De eso se trata. ¿No os parece extraño? Estamos en un bosque, no en una abadía. Uno no pensaría en enfrentarse a un juicio moral o espiritual en un lugar como éste.
—Pero justamente a eso apuntan los indicios.
—Sí, por eso, cuando os vi luchar por vuestra vida comprendí el tipo de prueba a la que estabais siendo sometido: este lugar —dijo señalando alrededor—, no parece querer a los humanos. Pero… ¿por qué a los humanos no y al resto de seres sí? Vos mismo identificasteis varias especies animales viviendo en paz en este lugar.
—Supongo que lo que nos diferencia de los animales es nuestra capacidad de razonar —opinó Zando.
—O lo que es lo mismo, nuestra capacidad para discernir el bien del mal. En el fondo somos animales conscientes de sus actos.
—¿Insinúas que el bosque no desea humanos malvados en su interior?
—Esa sería una manera simplista de decirlo, pero sí, eso es lo que creo. Hay que tener cierto nivel moral para transitar por este lugar. Existen leyendas, en Ygartia, sobre templos donde sólo pueden penetrar hombres de corazón puro, a riesgo de perecer abrasados. Son salvaguardas que aseguran que nadie pueda hacer un mal uso de los objetos de poder que residen en su interior. Supongo que el Bosque Oscuro posee mecanismos similares.
—Así pues, tu egoísmo fue puesto a prueba —dijo Zando.
—Podríamos decirlo así. Si hubiese elegido no ayudar a vuestro doble, me habría ido para no volver. No había necesidad de matarme. A vosotros en cambio…
—Necesitábamos demostrar que podíamos vencer nuestra tendencia más arraigada como soldados.
—Exacto, resolver las amenazas con el acero.
—Pero, ¿cómo supiste que debía arrojar mi espada?
—¿Acaso había otro modo?
—¡Maldición Dolmur! ¿Arrojé mi arma únicamente por una intuición?
—Tenía razón, ¿no?
—En cualquier caso, si tu teoría es correcta, debemos suponer que este lugar esconde algo de gran valor, algo sumamente importante.
—Sí, lo suficiente como para haber mantenido alejado al Imperio desde su fundación —afirmó Dolmur bajando el tono de voz teatralmente y dando por finalizada su explicación.

En los minutos siguientes, el joven dio buena cuenta de su desayuno mientras Zando recogía y organizaba los enseres que los acompañarían el resto del viaje. Las mochilas de los soldados contenían valiosas provisiones de las que hizo buen acopio. Cuando hubo terminado, Dolmur se incorporó dispuesto a comenzar la marcha, pero Zando lo miró con expresión circunspecta antes de decir:
—Te debo una respuesta.
—¿Cómo?
—Sí, viniste a advertirme del peligro y yo te debía una respuesta. Ahora ya nadie amenaza mi vida. Es justo que te dé la prueba que necesitas para cobrar tu paga. Puedes irte si lo deseas. Incluso volveré a cederte mi brújula. Ahora que la vegetación me permite ver el cielo, creo que podré apañármelas.
Dolmur parpadeó sorprendido: no esperaba aquel gesto.
—La respuesta es ninguno.
—¿Cómo? —Dolmur no lo entendió—. ¿Qué queréis decir con ninguno?
—Brodim me invitó muchas veces a probar sus infusiones, pero jamás acepté. No podía quitarme la máscara de General Verde ante nadie. Mi rostro debía permanecer siempre en el anonimato. Por tanto, el sabor de mi té favorito es… ninguno.
—No sé si reírme o llorar. ¿Después de lo que he pasado me salís con esas? ¡Y para colmo podría haberlo deducido yo mismo!
—¿Y haberte perdido esta magnífica aventura?
—Veo que vuestra vena simpática no está tan seca como creía… —refunfuñó Dolmur—. De todos modos, preferiría seguir con vos. Debemos estar más cerca del lugar al que os dirigís que de cualquier otra villa. Cuando lleguemos, podré comprar un caballo. Si vuelvo sobre mis pasos, deberé caminar la mayor parte del trayecto en soledad. No, seguiré junto a vos durante unos días más.
—De acuerdo entonces. Lo único sensato es seguir a través del bosque. Mientras no tengamos motivos para pensar lo contrario, estamos a salvo.
—Eso dijisteis antes del ataque.
—Un simple fallo de cálculo. Atravesaremos el bosque y saldremos a las estribaciones de Ilicia. Una vez allí, en un par de jornadas, tres a lo sumo, llegaremos a Roca Veteada. Desde allí podrás tomar la vía imperial y volver seguro hasta Ciudad Eje.
—No suena mal, pero mi instinto me dice que no será tan fácil.
—¿Instinto? Comienzas a hablar como un soldado. Quizá, después de todo, pueda hacer de ti un hombre de bien.
—Hur y sus siete hijos me libren de ello, Zando.

El resto del día transcurrió plácidamente, y ambos avanzaron a buen ritmo. La densa arboleda se abrió sensiblemente. Los árboles eran más altos y los troncos más gruesos, en su mayor parte robles, hayas y tilos de aspecto centenario. La humedad del sotobosque disminuyó, dando paso a un agradable manto de hierba fresca salpicado de arbustos. Todo a su alrededor bullía lleno de vida, con el aspecto idílico de un cuento de hadas. Zando y Dolmur no pudieron menos que maravillarse. El bosque, tal y como sospechaban, parecía darles el beneplácito después de la terrible prueba, abriendo ante ellos el paraíso en la tierra.
Al atardecer, acamparon al abrigo de un grueso roble de nudosas raíces. Dolmur se mostró menos incisivo que de costumbre y prefirió amenizar la cena con anécdotas personales de la ciudad. Al oírlo, Zando se rió y escandalizó a partes iguales con sus historias.

Esa noche, Zando decidió liberar a Dolmur de su obligación de montar guardia y velar su sueño.
Como era de esperar, despertó al amanecer, gritando. Temblaba y sollozaba como un niño. Dolmur nunca lo había visto así, pues siempre lo despertaba al primer indicio de problemas. Ahora entendía el infierno por el que había pasado aquel viejo soldado, rodeado de asesinos y pasando interminables jornadas sin dormir. De haber sucumbido a las pesadillas ante sus hombres, estos lo habrían matado fácilmente. Dolmur se dio cuenta de que el rechazo y el desprecio que le había inspirado Zando en un principio, habían sido sustituidos paulatinamente por respeto y admiración. No entendía qué motivaba a aquel extraño hombre a cumplir con su deber a toda costa, pero ahora, al menos, lo respetaba.
Zando no volvió a dormir después de su brusco despertar. Permaneció sentado, contemplando el amanecer en silencio, perdido en sus cavilaciones, meditando. Cuando los primeros rayos de sol despuntaban, despertó a Dolmur tapando su boca con la palma.
—No estamos solos —susurró.
Dolmur asintió con los ojos muy abiertos y Zando retiró su mano. Asía la empuñadura de su espada, aún sin desenvainar. Zando dudaba que su arma sirviera de algo, en vista de los recientes acontecimientos. Esperaron en silencio mientras algo se aproximaba a través de la arboleda. Podían oír pasos caminando en su dirección, cada vez más cercanos. Dolmur pensó que tal vez se tratase de Brilb. La idea de enfrentarse de nuevo a aquel rufián le provocó una extraña mezcla entre ira y repulsión.
Una bandada de aves levantó el vuelo con gran estrépito delatando la llegada de alguien. Dolmur sentía su corazón latir desbocado mientras el rostro de Zando parecía esculpido en piedra. Nada en su expresión incitaba a adivinar qué podría estar pasando por su mente. Al pensar en la posibilidad de que no se tratase del soldado, Dolmur comenzó a sudar copiosamente. ¿Qué nueva monstruosidad les tenía deparado aquel lugar? La respuesta se presentó ante ellos caminando con paso firme. Ni en sus más remotas fantasías hubieran imaginado lo que en ese momento surgió del bosque.
—¡Dioses…! —Dolmur tenía la boca abierta de par en par.
Dos seres, idénticos hasta en el más mínimo detalle a Zando y a Dolmur, los miraban en silencio. Su expresión era serena y su mirada amigable. No destilaban nada que pudiera considerarse amenazador.
Por el contrario, ambos seres se sentaron en la tupida hierba y los invitaron a acompañarlos con un gesto. Uno y otro avanzaron hasta situarse frente a sus dobles, colocándose a una distancia prudencial. Sus rostros eran la viva imagen del desconcierto.
—Bienvenidos a Shazalar —dijo el doble de Zando con una sonrisa—. O al Bosque Oscuro, como lo habéis bautizado vosotros los hombres. Supongo que muchas preguntas os rondan la cabeza en estos momentos. ¿No es así?
—Ehhh… —Dolmur, aún en shock, seguía con la boca abierta. Un fino hilo de baba amenazaba con caerle por la barbilla.
—Creo que eso es un sí —apuntó su doble.
—Decidme, ¿quiénes sois? ¿Qué lugar éste? —inquirió Zando—. ¿Por qué hemos sido atacados?
—Respecto a quienes somos y qué lugar es éste, pronto lo descubriréis —respondió su gemelo enigmáticamente—. En cuanto a vuestro ataque… no era más que una prueba.
—Una prueba decís —replicó Zando sin ocultar su enfado, para mayor congoja de Dolmur, que no deseaba importunar a aquellos misteriosos seres—. ¡Han muerto hombres en esa condenada prueba!
—Entendemos tu enfado, pero creednos cuando os decimos que ellos, y sólo ellos, son los responsables de su muerte. Si nos acompañáis, pronto todo quedará aclarado.
Las criaturas se giraron y comenzaron a caminar. Zando y Dolmur se miraron perplejos.
—No perdemos nada con seguirlos. Sigámosles el juego —dijo Dolmur, recuperada la compostura—. De querer matarnos, hubiesen podido hacerlo hace tiempo.
Zando asintió y ambos se dejaron guiar por aquél mundo de vegetación sin fin.
El entorno se volvía más y más exuberante a medida que avanzaban. Árboles frutales salpicaban el paisaje, ofreciendo suculentas y aromáticas frutas desconocidas para ellos. Sus guías les indicaban cuáles serían del agrado de cada uno. Parecían saberlo todo sobre ellos mismos. Zando se animó y probó algo parecido a una manzana, aunque más pequeño y de tonos azulados. Opinó que jamás había probado algo tan exquisito y se guardó algunos frutos en la mochila.
Siguieron la marcha, y allí por donde pasaban eran puntualmente informados sobre cualquier detalle de su interés, no así las preguntas acerca del ataque recibido, que eran amablemente pospuestas. A excepción de su misterioso mutismo, sus anfitriones demostraban un gran deseo de complacerlos. Al cabo de un par de horas, llegaron al borde de una gran hondonada plantada con unos extraños árboles. De escaso tamaño, casi parecían arbustos. Sus ramas se retorcían con formas caprichosas, como si su aspecto fuera el de corrientes ondulantes de viento en vez de ramas al uso.
—Queríais saber qué es Shazalar —les informaron—. Pues bien, éste es el lugar donde confluyen los ríos de Suhm, la savia del mundo.
—¿Suhm? Jamás había oído ese nombre —replicó Zando.
—Se trata de corrientes de energía de naturaleza sutil. Algunos, entre los humanos, las perciben como una clase de magia, aunque su esencia difiera bastante de lo que vosotros entendéis por eso.
—Entonces, ¿qué es el Suhm? —preguntó Dolmur visiblemente intrigado.
—Allá donde hay vida, hay Suhm. Algunos piensan que la una es consecuencia de lo otro… otros creen lo contrario.
—No entiendo nada —dijo Dolmur frustrado—. ¿Quiénes piensan eso? ¿Y quién tiene razón?
—¿No pensaréis que sois los primeros en hollar estas tierras? —preguntó su doble con una sonrisa—. Y en cuanto a quién tiene razón, bueno, ¿es que no pueden tenerla todos?
—Odio cuando me responden con preguntas —le susurró Dolmur a Zando—. ¿Y decís que el mundo está surcado de esos ríos de Suhm? —preguntó dirigiéndose de nuevo hacia sus guías—. Yo jamás he visto ninguno.
—¡Oh, desde luego que sí! Existen lugares que son más fértiles sin razón aparente, donde la gente vive más y mejor. Es lo que vosotros llamáis sitios con buenas vibraciones.
—Es posible que eso que dices sea cierto —dijo Zando—. He recorrido el Imperio innumerables veces y he visto lugares extrañamente privilegiados. ¿Es éste uno de esos lugares?
—Es mucho más que eso. Shazalar es el lugar donde confluyen todos esos ríos de energía.
—Eso explicaría el magnífico aspecto y la vida exultante que hemos visto hoy —opinó Zando—. Pero, ¿qué tiene todo esto que ver con los ataques contra mis hombres?
—Siempre tan práctico, ¿eh, Zando? —su doble le sonrió amablemente.
La afirmación reafirmaba la impresión de que aquel ser lo conocía íntimamente. Por lo visto, las réplicas incluían también cierto acceso a sus pensamientos. La mera idea enfureció a Zando.
—Mirad este lugar —señaló su doble—. Estos árboles toman su sustento del mismo caudal de vida que confluye en Shazalar. Su extraña forma es debida al Suhm. —les informaron—. Observad sus frutos.
Zando los examinó, intrigado. Unas pequeñas vainas verdosas colgaban de sus ramas, creciendo de dos en dos: una oscura y otra clara. Dolmur tomó un par y las inspeccionó.
—Estas son las responsables de la leyenda del Bosque Oscuro —dijo su doble sonriendo—. Toma una y sujétala con fuerza, así la impregnarás con tu esencia. Ahora arrójala.
Dolmur obedeció. Tomó la vaina oscura, la apretó fuerte y después la arrojó al suelo. De inmediato, la vaina comenzó a crecer ante sus ojos. Se retorcía y crecía con sacudidas regulares. Pronto alcanzó el tamaño de un niño. De repente, se abrió y de su interior salió un ser de apariencia monstruosa, igual a los responsables del ataque. Zando avanzó de inmediato con la mano presta en la empuñadura de su espada, interponiéndose entre Dolmur y aquel engendro.
—Tranquilos, ahora es inofensivo —dijeron sus dobles al unísono.
En efecto, el ser miró a Dolmur enseñándole los dientes antes de desintegrarse ante sus ojos. En unos segundos, apenas quedó algo parecido a cortezas resecas.
—¿Qué era esa abominación? —preguntó Zando.
—¿No lo habéis adivinado aún? Sois vosotros mismos. Al menos, vuestra parte negativa.
—No lo entiendo —Dolmur parecía confundido.
—Arroja la segunda semilla y lo entenderás.
Dolmur obedeció, receloso. Apretó de nuevo la semilla en sus manos y la arrojó. Se repitió un fenómeno similar, aunque esta vez el resultado fue bien distinto. Un ser de apariencia idéntica a él se materializó, aunque éste no se movía. Zando apreció entonces un nuevo detalle: el parecido con aquellos misteriosos seres iba mucho más allá de la mera apariencia física. No era sólo que recreasen su aspecto, más bien era como una versión perfecta de sí mismos. El rostro de su gemelo tenía menos arrugas y su expresión era menos severa, más cálida. Las cicatrices brillaban por su ausencia. En cierto modo, podía ver su potencial como hombre llevado a la perfección. Zando supo que, de haber llevado una vida menos agitada y más tranquila, probablemente tendría aquel aspecto.
—No se mueve. ¿Qué ha fallado? —preguntó Dolmur al ver la nueva copia de sí mismo.
—No pueden existir dos dobles al mismo tiempo. Espera un momento y lo entenderás. Transferiré mi conciencia al nuevo cuerpo —explicó el doble de Dolmur. Cerró los ojos y respiró hondo antes de caer desplomado al suelo, sin vida—. ¿Ves? Ahora estoy aquí —informó el doble que acababa de surgir de la vaina. Con un leve gesto de concentración, cubrió de ropa su desnuda apariencia.
—Así está mejor —dijo.
—¡Es increíble! ¿Cómo copiáis las ropas?
—No estamos limitados por la carne. Podemos imitar cualquier material.
—Sí —admitió Zando—. Pero eso no explica el ataque y los sucesos posteriores.
—Enseguida lo entenderás —contestó su doble—. Estos árboles productores de vainas extraen algo más que su sustento del mar de energía que confluye aquí. Están conectados con todo el bosque. Conocen hasta la última brizna de hierba y al más insignificante insecto. En el momento en que entrasteis en Shazalar la energía del lugar sondeó vuestras mentes. Vuestros más íntimos pensamientos y deseos fueron transferidos a una vaina. Los positivos a la blanca y los negativos a la oscura. Así, fueron liberados vuestros dobles malignos, aquellos formados por lo más oscuro de vuestro ser. Toda la maldad contenida en vuestro interior dio como fruto una de esas criaturas. Ellas se sentían irremisiblemente atraídas por su fuente, por vosotros. Sentían toda vuestra maldad como un dolor insufrible, un tormento inabarcable que sólo puede ser detenido acabando con la fuente.
—¡Por eso nos atacaron! —exclamó Dolmur. Ahora encajaban todas las piezas.
—Sí. En su interior sólo existe un anhelo: destruir y dañar al ser que provoca el dolor que los asola. Pero al atacaros sólo consiguen aumentar vuestro miedo, vuestros temores y todos esos sentimientos negativos les son devueltos a ellas. Esto las enfurece aún más y provoca una espiral de violencia que conduce a un enfrentamiento fatal.
—Entiendo, pero, ¿por qué la diferencia de tamaño? Recuerdo que la mía creció mientras luchaba con ella —inquirió Zando.
—El tamaño y aspecto de las vainas tiene mucho que ver con la maldad intrínseca de la persona con la que sintonizan. A una maldad mayor, un tamaño y una ferocidad en consonancia. Si, por el contrario, la persona conectada a ellas tiene bajo control sus instintos más bajos, esta nace con un tamaño semejante al de un niño y su ferocidad es mucho menor. Esto no significa que no esté en contacto con el miedo y el lado oscuro de su doble; por eso crecía ante tus ojos. Tu miedo la alimentaba y la hacía más fuerte. Esto creaba una retroalimentación, una espiral de violencia que sólo podía detenerse de dos modos.
—Así pues, uno era la muerte y el otro la renuncia sincera a luchar.
—Sí, lo has comprendido.
—Pero eso no explica por qué Dolmur no fue atacado —inquirió Zando.
—El proceso es mucho más adaptable de lo que suponéis —respondió el doble de Dolmur—. En tu caso —dijo señalando al joven—, no era tan sencillo como tentarte con la violencia de tu doble oscuro. Si bien la naturaleza intrínseca de la mayor parte de la raza humana es violenta, tu formación como ciudadano del Imperio mantiene a raya tus instintos más primarios y violentos. En tu caso, era necesario ponerte a prueba con métodos más sutiles. El egoísmo y la cobardía fueron la prueba a superar para poder proseguir tu viaje.
—Es brillante —opinó Dolmur—. De no haber vuelto a ayudar a Zando, me hubiese ido para no volver y hubiera alimentado la leyenda oscura que pesa sobre este lugar.
—Cierto —dijo Zando—, y descubriste la clave a tiempo para salvarme a mí.
—Sí —dijo su vaina gemela—, Dolmur descubrió la clave, y su naturaleza pacífica fue determinante. Por eso germinamos nosotros, las vainas blancas. En nuestro interior, estamos sintonizados con todo lo bueno que hay en vosotros. Nuestra misión es la de ser vuestros guías y consejeros en Shazalar. Os habéis ganado el derecho a ser huéspedes en esta tierra.
—Espera un momento —interrumpió Zando mientras mascullaba una idea—. Hay algo que no entiendo —afirmó—. Habéis dicho que tenéis acceso a nuestros pensamientos más íntimos desde el mismo momento en que llegamos al bosque. Sabíais, por tanto, quienes éramos dignos y quiénes no. Entonces, ¿por qué una puesta en escena tan elaborada? (El aspecto lóbrego, la niebla hedionda, las vainas…). ¿No sería más sencillo echar simplemente a quien no sea digno? ¿Por qué probarnos si ya conocíais las respuestas?
—Tú has entrenado hombres en tu carrera militar, ¿no es así? —preguntó a su vez su doble.
—En efecto.
—Y debías evaluarlos y decidir cuándo estaban preparados para ascender de cadetes a soldados.
—No veo dónde quieres llegar.
—¿Cómo pasa un cadete al grado de soldado?
—Mediante unas pruebas.
—Pero tú, como su superior, seguro que sabes quienes están preparados y quiénes no. ¿Para qué examinarlos entonces?
Zando asintió. Ahora entendía el motivo de las pruebas.
—Shazalar jamás pretendió juzgar la raza del hombre. Sólo deseábamos preservarnos de la guerra y la destrucción. El bosque puede conocer vuestra esencia más íntima, pero son las acciones las que dictaminan vuestro destino.
—Parece que todo está aclarado al fin —dijo Dolmur satisfecho—. ¿Y ahora?
—Aún debemos mostraros algo. Seguidnos por favor. Nuestro destino aún queda lejos.

Pasaron el resto de la jornada caminando. Recorrieron valles y colinas surcados por manantiales de sinuoso trazado, capaces de hacer oír su murmullo en casi cualquier rincón del bosque. A veces, entre la floresta, divisaban especies animales que jamás habían visto. Parecían fantasmas que apenas se dejaban ver una fracción de segundo, como si pretendiesen sembrar la duda de su existencia en el viajero. El único denominador común a todo cuanto encontraban a su paso era la belleza. Parecía que no había cabida en aquel lugar para nada que no fuera armónico o exultante de vida. Cada planta, animal o formación geológica, parecía estar en la más sublime de las condiciones. No divisaron un solo árbol seco o enfermo. La juventud parecía un estado de ser inherente a Shazalar. Sus guías explicaron que esto era debido a la afluencia de energía. Toda forma de vida se beneficiaba de las elevadas concentraciones de Suhm de la zona.
Al final de la jornada, Zando se maravilló al comprobar su condición física. Pese a llevar todo el día caminando a buen paso, se encontraba lleno de energía. Un dolor crónico que padecía desde hacía años en una de sus rodillas había desaparecido, así como otras pequeñas dolencias que arrastraba. La herida en su antebrazo igualmente había sanado a una velocidad imposible. Intrigado, Zando preguntó por aquel maravilloso fenómeno.
—Es la Fuente —fue la enigmática respuesta—. Nos acercamos a ella. Cada día os sentiréis mejor.
En efecto, tras dos jornadas de viaje en compañía de las vainas —así los había bautizado Dolmur—, Zando apenas daba crédito al cambio experimentado en su cuerpo. Su cabello, prematuramente gris, se había ido tornando negro. La barba que crecía a diario así lo demostraba. Ante las mofas de Dolmur, Zando decidió raparse la cabeza y dejar que le creciera el pelo con la nueva tonalidad. Su piel se tornó más elástica, más tersa, y el aspecto a cuero ajado de su rostro castigado por el sol volvió a lucir como el de un hombre adulto, que no viejo. Podía caminar toda la jornada sin sentir un ápice de cansancio. Pero lo mejor de todo es que desaparecieron las pesadillas. Sus sueños eran ahora profundos y placenteros por primera vez en años. En todos los aspectos, creía estar en el paraíso.
Dolmur, por su parte, se sentía igualmente exultante, pero al ser joven, no se habían producido cambios tan notables en él.
Sus guías apenas hablaban, aunque nunca dejaban de responder las numerosas preguntas que uno u otro les formulaban. Aquella tierra de prodigios despertaba la sana curiosidad del viajero.
Durante las noches, los dobles desaparecían internándose en la floresta, para reaparecer cada amanecer dispuestos a continuar viaje. Zando y Dolmur aprovechaban estos momentos nocturnos para intercambiar impresiones acerca de lo vivido durante el día.
Al atardecer del tercer día en compañía de sus anfitriones, llegaron hasta los pies de un murallón de piedra que cruzaba el bosque de punta a punta. Una obertura en la roca era el único paso franqueable. Después de improvisar unas antorchas enrollando unos jirones de tela untados con el poco aceite que les quedaba —la madera de Shazalar no ardía—, el grupo penetró en una galería ascendente y recta. El pasaje presentaba un aspecto extraño, con paredes de formas redondeadas y rugosas, casi orgánicas. El trazado, en cambio, resultaba artificiosamente recto y despejado. Al cabo de una hora, la tenue umbría del pasadizo rocoso dejó paso a una luz, al fondo. Al llegar a la salida, la suave luz del atardecer mostró un paisaje que parecía sacado del sueño del mismísimo Hur.
—Bienvenidos a la Fuente —dijeron sus guías señalando el sublime espectáculo.
Todo cuanto se revelaba ante sus ojos sobrecogía el alma. Un valle colosal en forma de embudo se extendía ante ellos, plagado de arroyos y cascadas. Su vegetación formaba el conjunto de luz y color más equilibrado de toda la creación. Seres de leyenda surcaban el cielo en la distancia, majestuosos. Reptiles alados de tonos dorados y alas translúcidas remontaban el cielo, recordando los dragones de los cuentos populares. Aves diez veces más grandes que un halcón planeaban plácidamente con las alas desplegadas al viento, luciendo un colorido imposible en su plumaje.
Salpicadas por el paisaje vieron moradas humanas, algunas en piedra, otras en madera, todas integradas perfectamente en el conjunto. Todo en aquel lugar invitaba a pensar que la todopoderosa mano de Hur había moldeado el valle.
Pero no había sido Hur. En el centro de aquel valle increíble, el árbol más inmenso que jamás habían visto se alzaba como el monarca absoluto de aquel reino. Tal era su tamaño que Zando pensó que podría competir con la mismísima Torre Imperial. Su envergadura desafiaba toda lógica. El tronco debía de tener un diámetro capaz de albergar una pequeña villa. A su alrededor confluían los numerosos arroyos que salpicaban el valle, formando un lago de aguas cristalinas alrededor del gigante vegetal. A su derecha, una cascada de agua proyectaba una nube de finas gotas que formaban un arco iris a sus pies. Toda la magnificencia y el estallido de vida que habían presenciado los días anteriores, palidecía ante lo que sus ojos contemplaban ahora.
—¿Es eso lo que creo que es? —acertó a preguntar Dolmur al fin.
—Es la Fuente, la conciencia del mundo vegetal.
—Increíble, es como un dios arbóreo —opinó Dolmur.
—En muchos aspectos, así es. Sus conocimientos y sabiduría superan con creces la comprensión humana.
—Nadie debe conocer su existencia —afirmó Zando. Sus ojos expresaban una admiración reverencial—. Algo tan magnífico debe ser conservado a toda costa.
—Estamos convencidos de que así será —le respondió su doble—. Recordad, ambos somos dobles exactos de todo lo bueno que hay en vosotros. Sabemos que sois dignos, de otro modo, jamás os hubiéramos conducido ante su presencia.
—¿Son hombres los que habitan esas construcciones? —interrogó Zando volviendo la vista a los edificios que había divisado sobre el valle.
—En efecto. Hubo otros que superaron la prueba y demostraron ser dignos de pisar este suelo. Algunos, incluso fueron invitados a quedarse. Ya has notado los efectos beneficiosos de permanecer en este lugar. ¿Recuerdas a Eliador, el poeta de los versos que impidieron una guerra?
—Su obra es muy conocida —admitió Zando—. Debió vivir hace unos quinientos años. Su muerte está rodeada por toda clase de leyendas.
—Si gustas, te lo puedo presentar.
—¿Insinúas que aún vive? —Zando miró intuitivamente sus manos, de un aspecto mucho más juvenil del que mostraban hacía unos días.
—Sí, los poemas que compuso esta última centuria son absolutamente deliciosos.
—¿Podremos nosotros aspirar a ser dignos de terminar aquí nuestros días? —preguntó Dolmur.
—Las acciones de vuestras vidas dictaminarán ese extremo —respondió su vaina—. De momento, podéis quedaros y reponer fuerzas antes de continuar viaje.

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