¿Te ha gustado? Puedes ayudar al autor con una donación. ¡Gracias!

Capítulo IV de El Forjador de Almas: Redención.


Y otro capítulo más. Volvemos con nuestro asesino y cruel úmbrico. Pese a dejarlo moribundo, el destino interviene para darle una segunda oportunidad. ¿Querrá aferrarse a la vida o seguirá empeñado en morir? Espero que os esté gustando la historia. Recordaros una vez más que esto es sólo un borrador. Disculpad mi errores y tened paciencia. ¡Gracias!


CAPÍTULO IV
CONDENADO A VIVIR

Un molesto traqueteo trajo de vuelta a Ognur del oscuro abismo donde se debatía. Su despertar fue amargo, no deseado. Sus ojos se esforzaron inútilmente en enfocar la oscura penumbra que lo rodeaba. Irritado, el úmbrico intentó hablar, pero apenas logró emitir un débil susurro. Tenía la boca seca, con un amargo sabor pegado al paladar. Aún confuso, intentó incorporarse, pero el lacerante dolor de su vientre se lo impidió, logrando, eso sí, arrancarle un gruñido de dolor a su reseca garganta. 
Súbitamente, un halo de luz dorada lo cegó.
—Según parece, mi ilustre paciente ha despertado al fin —dijo una voz. Hablaba la lengua común, con un ligero deje jalonés—. Veo que la luz del atardecer parece molestarte. Te ruego me disculpes, pero nos dirigimos hacia el oeste. Detendré el carromato y te examinaré la herida —añadió el desconocido antes de que el fulgor volviese a desaparecer. 
Ognur se sorprendió al ver que había entendido perfectamente una lengua que nunca antes había hablado. Intrigado por su suerte, escrutó las sombras y vio que comenzaba por fin a distinguir las formas que lo rodeaban. Parecía yacer en la parte trasera de un carromato abarrotado de cachivaches. Las paredes rebosaban de improvisados estantes cargados de tarros y cajas precariamente sujetas con cordeles que hacían las veces de topes. A excepción del espacio ocupado por él, el piso de la carreta estaba igualmente saturado de cajones apilados unos sobre otros, de los que emergían los más dispares objetos: desde lo que parecía ser un intrincado visor compuesto de lentes superpuestas, a figuras que representaban animales talladas en maderas nobles. También veía telas y piezas de alfarería. 
Se detuvieron con un fuerte crujido de las ruedas, acompañado de una pronunciada inclinación del vehículo. Ognur vio como una de las cajas situadas en un estante próximo al techo se precipitaba hacia él. Intentó cubrirse la cara con las manos, pero descubrió, impotente, que no podía: unos grilletes viejos y oxidados lo mantenían maniatado. El bulto le dio en la sien antes de detenerse en un rincón. El enfermo contuvo a duras penas una exclamación de dolor. 
—¡Oh, vaya, ha vuelto a ocurrir! —dijo una voz tras abrirse la puerta situada en la parte posterior—. Lamento el golpe, pero desde que estás conmigo, el espacio anda algo justo. ¡Demonios, eres un tipo muy voluminoso! No sé donde meter mis mercaderías. 
El enfermo, que yacía de espaldas a la puerta, no pudo ver a su misterioso interlocutor. Éste pasó con cuidado hasta situarse frente a él, sentándose aparatosamente sobre una de las muchas cajas. Era un hombre de unos cuarenta años, vestido con ropas lujosas, aunque gastadas y sucias. Su dentadura, amarilla y con los dientes separados, le restaban atractivo a un rostro anguloso y equilibrado, de ojos grandes y expresivos. El hombre lo miró satisfecho, con un evidente sentimiento de orgullo reflejado en la mirada. Tras inspeccionar la herida, se puso a revolver en uno de los estantes. 
—Eres un caso excepcional —dijo mientras procedía a limpiar su herida—, cuando te encontré en esa condenada villa bajo la lluvia, yacías trinchado como un pollo, espatarrado bajo la lluvia. Nadie hubiera apostado nada por tu vida. Nadie excepto yo —afirmó deteniéndose en su tarea y mirándolo a los ojos—: Sileas Cormen, trapero y sanador a tu servicio —se presentó—. Dicen que los úmbricos sois duros, pero tu caso ha superado mis mejores expectativas. Casi me atrevería a calificar tu recuperación de milagrosa. Lástima que deba entregarte a las autoridades. Ya sabes, por la masacre. Os empleasteis a fondo con esa pobre gente. 
      Ognur no dijo nada. La idea de no haber muerto bajo la lluvia para morir ajusticiado días después, le pareció una crueldad perfectamente merecida; su deseo de terminar con su vida no había menguado un ápice. 
      —Bueno, esto ya está —dijo Sileas satisfecho tras aplicar sus ungüentos y cambiar los vendajes—. La herida está sanando a buen ritmo. Dentro de un par de semanas estarás como nuevo. Lástima que vayan a cortarte la cabeza poco después. 
      Hablaba de su ejecución con total naturalidad, como si la cosa no tuviese mayor importancia. Tras guardar las mixturas, tomó un odre y se dispuso a darle agua, aunque se detuvo a dos palmos de su boca, desconfiado. 
      —Vaya, no sé si debería fiarme de ti —dijo—. Los úmbricos no soléis tener buen carácter. Podrías tomarte a mal que te haya rasurado todo el pelo, pero había que despiojarte. Según tengo entendido, para los de tu raza, eso supone una gran ofensa. Aunque te tenga amordazado, podrías arrancarme un dedo de un mordisco… Ya sé qué haremos —dijo antes de salir del carromato. Instantes después volvió con una pesada ballesta. Luego, dejó el odre donde Ognur pudiera cogerlo y procedió a abrir sus oxidados grilletes sin dejar de apuntarlo—. A ver como te explico lo que quiero que hagas… —masculló Sileas entre dientes antes de empezar a gesticular señalando los grilletes. 
      Extrañado, Ognur tardó unos instantes en deducir qué ocurría. Todo cuanto había oído de Sileas, no eran más que pensamientos recitados en voz alta. Su captor daba por hecho que no comprendía la lengua común. 
      —No hace falta que gesticules, te entiendo perfectamente —dijo con voz pastosa—. No tengo intención de hacerte daño, puedes bajar la ballesta. 
      —¡Qué me aspen, esto sí es increíble! —exclamó Sileas—. ¿Has entendido todo cuanto he dicho?
      —Así es.
      —Maldición, no deseaba que te enterases de mis intenciones de entregarte. Soy un maldito bocazas. 
      —En realidad, si no me entregas tú, lo haré yo mismo. La masacre que cometí no debe quedar impune. He de ser castigado. 
      Sileas lo miró boquiabierto. Estaba completamente desconcertado ante su actitud. Viendo que Sileas no decía nada, Ognur bebió algo de agua y procedió a ajustar los grilletes a sus muñecas. 
      —Es mejor así —dijo nuevamente maniatado—, nunca creerás mi intención de entregarme. 
      Sileas no dijo nada. Salió del carromato, no sin antes dedicarle una mirada de aprensión. Instantes después, reemprendían la marcha. 
      
      Ognur despertó nuevamente al anochecer. Se habían detenido cerca de un arroyo, a juzgar por el delator discurrir de las aguas. La débil luz de un candil iluminaba el habitáculo. Durante largo rato, oyó a Sileas en el exterior, caminando de aquí para allá. El aromático olor de un caldo de ave precedió la entrada en escena de su nuevo compañero. 
      —He cocinado algo que deberían soportar tus entrañas —dijo—. Espero que no lo vomites, me ha costado mucho cazar al condenado plumífero —añadió mientras le tendía el cuenco humeante y lo volvía a liberar de los grilletes. Una vez más, la ballesta apuntó hacia su corazón. 
      Pese a que su cuerpo llevaba días sin comer, Ognur resistió la tentación y rechazó el manjar. 
      —No comeré —dijo. No pensaba hacer nada para mantenerse con vida. 
      —¿Qué? —Sileas no daba crédito—. Por si no lo has notado, has adelgazado mucho los últimos días. La herida de tu vientre casi te cuesta la vida. Debes comer —insistió acercándole el cuenco.
      —No —Ognur volvió a retirarlo. 
      —¡Que me aspen si entiendo algo de todo este misterio! Está bien, no comas, condenado desagradecido. Al menos, me debes una explicación. Los úmbricos salvajes no hablan la lengua común, ni desean ser entregados por sus crímenes, ni buscan morir de inanición. Dime quién diablos eres. 
      —No me creerías.
      —Soy una persona muy crédula. 
      —De acuerdo, tanto da si me crees o no. 
      Ognur explicó lo sucedido la noche que asaltó la villa de Cawldon. No escatimó esfuerzos en describir minuciosamente cada salvajada cometida. Las tenía todas grabadas a fuego en su cabeza. A medida que hablaba la expresión de Sileas se endurecía más y más. Al final del relato, las manos crispadas de su captor aferraban con fuerza la ballesta. El dedo en el gatillo temblaba peligrosamente. 
      —¿Aún quieres darme de comer? —se burló Ognur—. Me harías un favor si acabases ahora mismo con mi vida. Sólo debes apuntar al corazón. A esta distancia no fallarías. 
      —Es mentira —dijo Sileas al fin—. No puede ser verdad. Te lo has inventado —se negaba a creer toda aquella disparatada historia. 
      —¿Quieres que te hable en cualquiera de las siete lenguas? Domino todos los dialectos del imperio. O acaso preferirías pruebas más directas. Veamos…, los puntos de mi vientre. Se nota que eres un cirujano habilidoso, aunque no hayas recibido preparación en una academia del gremio. Un cirujano titulado hubiese cosido la herida con puntos más cercanos y un hilo más fino, anudando los extremos así —Ognur gesticuló para hacerse entender—. La marca amarillenta que rodea la herida delata el uso de letinia como desinfectante. De no ser un úmbrico, probablemente me hubieses intoxicado, a juzgar por la cantidad que has empleado. 
      Sileas lo miraba boquiabierto. 
      —¿Quieres más pruebas? —Ognur lo miraba desafiante—. Déjame cualquier rollo de tela que tienes aquí. Dibujaré el patrón de un bello vestido femenino, algo con lo que vestir a las damas de la corte imperial. Puedo confeccionarlo en un par de días. ¿Me creerías entonces? ¿Acaso tengo que contarte detalles íntimos de las vidas que sesgué? Siempre podrías vender secretos de alcoba. El chantaje da suculentos beneficios en la capital del Imperio. 
      —¡Basta! —gritó Sileas—. Te creo, maldito seas, te creo. 
      Ognur respiró aliviado. Al fin conseguiría el descanso que le era negado. 
      —No tenemos porque esperar a que me juzguen. Puedes acabar conmigo aquí y ahora. Nadie sabrá nunca que me ejecutaste. Podrás decir que fue en defensa propia. Todos te creerían. O podrías abandonar mi cuerpo en el bosque. Nadie buscaría al asesino de un sucio úmbrico —Ognur se incorporó con esfuerzo, sentado aún en el suelo. Deseaba ofrecer el mejor blanco posible—. Hazlo, dispara. 
      Sileas lo miraba intensamente, sin dejar entrever sus intenciones. 
      —No…, no puedo —dijo al fin—. Si lo que dices es cierto, sería como matarlos a todos de nuevo. 
      —¿Cómo? —Ognur no creía lo que acababa de oír—. ¿Qué quieres decir? ¡Explícate!
      —¿Acaso no es lo que has dicho? Posees los recuerdos de cada persona asesinada de Cawldon. Has sentido sus vidas, cada risa, cada lágrima. ¡Ellos están en tu interior! No puedes morir. Sería como matarlos de nuevo. ¡Dioses, sus espíritus incluso pueden morar en tu interior, atrapados! ¡Sólo Hur sabe de lo que es capaz uno de esos condenados hechiceros!
      Ognur no se había planteado su situación desde ese punto de vista. La culpa que sentía era tan intensa que sólo deseaba morir. No había más espacio en su interior para otra idea… hasta ahora. 
      —¡No! —se debatió—. Lo que dices es imposible. Sólo soy un asesino. Merezco la muerte. ¡No deseo vivir ni un minuto más!
      —Te contradices —le respondió Sileas—. Los asesinos no tienen conciencia. Tu culpa es la prueba que necesitas. Ahora eres incapaz de hacer daño. 
      —Te equivocas. Me haría todo el daño que pudiese. Libérame y acabaré con mi vida. 
      —No, de ningún modo. No ahora, al menos. Permanecerás encadenado. Pero no te entregaré. No sabemos si otros creerían tu historia. Además, jamás la contarías de nuevo, no si con ello salvas tu vida —Sileas recogió el tazón de caldo, ahora frío, y salió al exterior—. Vivirás úmbrico, vivirás —dijo desde fuera—. Sileas te da su palabra. Debe haber un motivo para que estés vivo, y juntos vamos a descubrirlo. 
      Ognur yació a solas tendido bajo la vibrante luz del candil. La promesa de vivir se le antojó la peor de las torturas. 

btemplates

3 Opiniones:

kzulu dijo...

Al leer más interesante se vuelve la historia. Los capítulos 2, 3 y 4 me han gustado mucho, el 1 un poco menos y el prólogo menos (a mi no me engancho mucho) pero sobre gustos colores.

En el capítulo 1 narras las masacre y frente a esto aparece la hechicero y el momento transcendente en el cual Ognur asimila todas las vivencias de los asesinados. A mi esta dualidad no me convence.

Por otro lado la historia que tenías antes pensada en el prólogo con el explorador me gusta más. Que huya asustado cuando todos saben que es un “hombre prudente” a mí me gusta menos. Pero como digo antes cada uno tiene sus gustos y yo de escribir se poco.

Cambiando de tema me encanta la nueva portada de Honor (felicidades a Anel) y también me gusta que intercales capítulos más largos con otros más cortos.

Espero con mucho interés la continuación.

Ya me darás tu opinión.

Fernando G. Caba dijo...

Hola de nuevo, he estado dándole vueltas a lo del prólogo y comentándolo con los amigos y he decidido darle un enfoque algo más tétrico. En unos días publicaré los cambios.
En cuanto al capítulo I, no acabo de entender la dualidad que mencionas. Ya lo hablaremos con más calma y me explicas.
Un abrazo y hasta pronto.

Anónimo dijo...

Me mola el personaje de Ognur y sus posibilidades...